Dice Karen Barad que “la materia siente, conversa, sufre, desea, anhela y recuerda”. Esta frase, que es una de las declaraciones más célebres del Nuevo Materialismo, es también una perspectiva compartida para el arte contemporáneo, un lugar que desde hace años está más atento que otros a aquello que la materia y los objetos pueden decirnos. Pero que prestemos más atención no significa que podamos llegar a entenderlos del todo. Si asumimos que las cosas tienen un lenguaje, tendríamos que asumir también que este seguramente no se parece en nada al nuestro. De hecho, hablar de lenguaje en relación a las cosas, los objetos y la materia no deja de ser contradictorio: supone humanizar aquello que no es humano, aunque haya sido producido o manipulado por el ser humano. Pocas corrientes de pensamiento son tan fáciles de aterrizar en el suelo como el Nuevo Materialismo. Y no solo por su capacidad de hacernos pensar más allá de nosotros mismos, sino porque basta con levantar o bajar la vista para empezar a preguntarse qué nos está diciendo, por ejemplo, la gran cantidad de hormigón o cemento que caracteriza una ciudad como Barcelona. Quizá, como nosotros, estén quejándose por la gran cantidad de personas que los pisan a diario, con implacable indiferencia, o por la pésima calidad del agua con la que limpia las aceras el infatigable servicio de limpieza de una ciudad obsesionada con estar guapa. O lamentándose por la gran cantidad de basura que tiramos sobre su conformación como suelo. O por el calor y la humedad que aparecen en verano. O por la cualidad pegajosa de la cerveza cuando se seca. O por el impacto de los cristales rotos debajo de la enésima rueda de coche que los aplasta sobre la calzada. Pero esto podría ser otra visión antropocéntrica de la materia. Porque perfectamente pudiera suceder todo lo contrario: que la materia conversa entre ella mejor que como lo hacemos entre nosotros, que puede sentir sin las molestias que nosotros percibimos a lo largo del día, que recuerda la vida de sus formas anteriores o que anhela situaciones que a nosotros nos parecen indeseables.