Últimamente recurro a los textos más que antes. Y lo hago de manera consciente, utilizándolos como antídoto ante una realidad que nos supera. Sucede que son textos que, precisamente, ahondan en ella. Algo así como buscar el revulsivo en la enfermedad. Una estrategia parecida a la que contienen las vacunas. Esto, que podría leerse como una forma de evasión, no lo es tanto cuando terminas el día leyendo Realismo capitalista y sabiendo, además, que su autor, Mark Fisher, se suicidó hace meses, incorporando literalmente el malestar del que habla en sus análisis sobre nuestro sistema político-social, tan sofisticado burocráticamente como perverso. O cuando abres el manifiesto xenofeminista en un momento de procrastinación y la primera frase con la que te encuentras es: “El nuestro es un mundo en vértigo”.
Y es que ahora mismo hablar de contenidos en arte en Barcelona cuesta. Sobre todo cuando trabajas en él y esa sofisticación burocrática de la que habla Fisher contribuye al vértigo de vivir cada día como si no pasase nada, sabiendo que puede pasar de todo. Como que le arrebaten definitivamente el sentido a una profesión permanentemente maltratada por el sistema, incluso cuando las cosas iban bien en apariencia. Si hemos resistido hasta entonces es porque la vocación nos puede.
La imagen del Titanic es algo recurrente en mi cabeza. Me pregunto si vivimos bailando la música de aquella orquesta que toca mientras el barco se hunde lentamente, sabiendo que no hay salvavidas para todos. Cuando quizá sería mejor idea detenerse completamente y evidenciar los daños colaterales de un iceberg que demuestra que la democracia es simplemente una palabra para usar y tergiversar a conveniencia. Entre estos daños colaterales está, por ejemplo, el hecho de seguir trabajando sin que nadie nos pueda asegurar las mínimas condiciones que nuestra profesión exige. O que nadie se vaya a responsabilizar de nosotros en el futuro, como sí sucede con los funcionarios de la administración pública. Supongo que la vocación nos puede, pero esta vez hasta que el cuerpo aguante.