Sobre el paternalismo oficial que impregna la sociedad
En 1969 aparecía la célebre frase “lo personal es político”, de Carol Hanisch. Célebre por lo mucho que ha sido repetida y por lo mucho que todavía tendremos que repetirla en el futuro hasta que se incorpore al código genético social. Sin querer trivializar una frase tan importante, se me ocurre una variación que en el fondo no está tan lejos de la frase original. “Lo burocrático es político.” Y personal. No solo porque afecta nuestras vidas, sino porque las condiciona y las produce de una manera determinada. Lo mismo en relación al trabajo, que ya no es algo que hacemos fuera de nuestras vidas, sino aquello que ha terminado por asimilar nuestras vidas al completo. Especialmente en arte, donde los fines de semana no son un tiempo que nos pertenece, sino un tiempo que pertenece al trabajo.
Nada parece más alejado que la burocracia y el arte desde una perspectiva externa. Es tan fuerte el mito de la libertad en arte como el peso real de la burocracia sobre el mismo. Y no solo por nuestras dificultades para encajar en los epígrafes de la administración, sino por el hecho de que las prácticas artísticas también tienen que cumplir o sortear con inteligencia toda una serie de normas que derivan de ese paternalismo oficial que impregna la sociedad.
De lo políticamente correcto a lo estéticamente disciplinado. Tan evidente como que la mayor parte de prácticas artísticas del pasado no podrían hacerse ahora. O, al menos, no de la misma manera que se hicieron entonces. Cuesta imaginar en cualquier institución de Barcelona proyectos como el playground de Palle Nielsen, quien tras un breve paso por el mundo del arte, optó por dedicar sus energías a la causa anarquista. Y eso que entonces, a finales de los 60, la normativa institucional era mucho más flexible que ahora. Ante esa pregunta que frecuentemente se le hace al arte, de cómo será en el futuro, una posible respuesta un tanto distópica sería “Tal como las normas y el aparato burocrático permitan que sea”.