“Para ser revolucionario tienes que tener poco que perder”, me dijo una vez Montserrat Clua, profesora de antropología de la Universitat Autònoma. Y ahora que se han ido todos los turistas, hemos retrocedido tanto en el juego por conquistar Barcelona que en el horizonte solo se ve, desdibujada, la casilla de salida. La partida vuelve a empezar.

Así tiraron los dados José Mansilla y Sergi Yanes, dos doctores en antropología que empezaron a documentar cómo los espacios turísticos afectados por la situación de aislamiento que ha provocado la pandemia pueden ser reinterpretados. Con el colapso del sector turístico se han vaciado espacios como el aparcamiento de autobuses del Park Güell, han bajado la persiana cientos de tiendas de souvenirs y en la Boqueria han desaparecido las paradas con bandejas para guiris.

“Que los espacios no produzcan plusvalía no los hace menos significativos, solo los aleja de la esfera del mercado.” Es ahí donde los barcelonins podemos, por fin, devolver la vida a nuestra maltratada ciudad y tomarla como si fuera la Bastilla. ¡Qué ilusión un verano en una Barcelona sin guiris! Me he puesto a preguntar a mis amigas qué les apetece hacer y la respuesta ha sido volcánica. Sofi quiere pasear por las Ramblas con su hija sin masificaciones. Viqui sueña con caminar sin sentirse en una lata de sardinas y sin que le roben la cartera. César piensa en lo bien que van a dormir las vecinas de la Barceloneta.

Tuiteaba a principios de abril Jaime Palomera, portavoz del Sindicat de Llogaters: “La maldita pandemia está consiguiendo lo que tendrían que haber hecho los gobiernos con leyes”

En el terraceo empieza la verdadera batalla. Exceltur, la patronal del turismo, prevé una caída de la actividad del 81,4 % y el Gremio de Hoteleros ya reclama que se puedan alargar los ERTE de fuerza mayor. Las terrazas podrán expandirse y conservar todas sus mesas con permiso del Ayuntamiento, en principio, solo a costa del coche y no del peatón. “Hay muchos intereses en juego pujando por reactivar el turismo”, me cuenta Mansilla, “depende de nosotros si aprovechamos la coyuntura para presionar o se salen con la suya los lobbies de la restauración y los hoteles”. En la diversificación está el secreto y no en el monocultivo turístico porque, como recuerda el antropólogo, “lo conflictivo era cómo estábamos antes”.

Tuiteaba a principios de abril Jaime Palomera, portavoz del Sindicat de Llogaters, que en los barrios donde solo había 100 viviendas en alquiler, ahora hay 900: “La maldita pandemia está consiguiendo lo que tendrían que haber hecho los gobiernos con leyes”. Sin embargo, los precios no han bajado y tampoco se están dedicando al alquiler de 5 años, sino al de temporada. “Es aún temprano para saber si estas viviendas permanecerán en el mercado de alquiler de larga estancia una vez termine la crisis sanitaria”, me responde Francisco Iñareta, jefe de prensa de Idealista.

Si algo hemos aprendido de la pandemia es que hay que vivir en el presente y que lo que no se defiende, se pierde. En el horizonte se divisa una playa sin guiris y una Barcelona sin coches. Fer podrá ir a la playa sin morirse del agobio y comer tranquilo en los bares de la Barceloneta, Jordi dormirá sin que los turistas borrachos y hasta arriba de drogas le despierten cada noche cuando vuelven de fiesta. Un millón de guiris llegaron el año pasado en cruceros. A la tranquilidad para los barcelonins se suma la de la propia ciudad, que estará menos contaminada. Sesi podrá seguir escuchando los pajaritos de Montjuic que hasta ahora tapaba el trocotró de las maletas e Irene se podrá tomar la horchata de Planelles Donat, en Portal de l’Àngel, sin empujones.

De nosotras depende que ese paraíso dure. Abrir otras oportunidades que sustituyan la jungla anterior, porque Miguel ha perdido su contrato fijo de guía turístico, pero la ventaja es, como me dice Dani mientras pasea, que ahora todos los que estamos aquí, vivimos aquí. Qué paz. En estos días recorriendo una Barcelona que parece un pueblo, César recordaba la vida previa a las Olimpiadas. ¿Y si buscamos en todo lo bueno que nos dejamos ahí?