A los trece añitos, mientras jugaba a ser rapera o grunge, no me acuerdo exactamente ni importa lo más mínimo, Sergio Dalma y Mariah Carey compartían espacio en la radiofórmula con Héroes del Silencio, Prince, Nirvana o Tupac Shakur. No es que esté en esos días de subidón hormonal y me sienta nostálgica, es solo que creo que hoy seria irreal que esas novedades de tan distinto calibre fueran etiquetadas como comerciales todas ellas y llegasen a oídos de cualquier mecánico que sintonizase los 40 Principales en su taller.

 

Pero volvamos a mí misma, no nos perdamos. Entre los deberes escolares, la natación y recortar fotos de la SuperPop, aún me sobraba tiempo para soñar con mi futuro. Unas veces me daba por querer ser nadadora olímpica, aunque a los cinco minutos cambiaba de opinión y quería ser actriz de culebrones o arqueóloga. O todo, ¿quién me lo impediría? “Judith Alarcón, medalla de oro en Atlanta 1996, y protagonista de la serie de culto Lágrimas y Desdicha, ha descubierto un yacimiento del Paleolítico Inferior en Amurrio”. Entre las cuatro paredes de mi habitación forrada de pósters, me imaginaba un futuro abierto a cualquier posibilidad, como si fuera una de las protas de cualquier tontiserie para adolescentes de los noventa. Mi techo era el permiso de mis padres, y mi mundo, el primer mundo. Qué lujazo ser adolescente de clase media en esos tiempos, oiga.

 

Justamente, por haber podido vivir mi primera juventud durante los días de vino y rosas, cuando tirábamos de prestado como la cosa más normal y Aznar nos calmaba con la píldora “España va bien”, me parte el alma (ay, dramática de mí) la de mierda que le espera a la juventud de hoy. El panorama es desolador, lo sabemos, nos lo repiten cada día, no te pongas pesada. Pues sí me pongo. A las quinceañeras de hoy les han arrebatado su futuro: ¿habéis notado que no se habla más de un mañana mejor en ninguna parte? Todo son recortes presupuestarios, tijeretazos, medidas austeras y soluciones a corto plazo que paliarán el déficit y bajarán la prima de riesgo.

 

Los plazos máximos se han establecido al año vista; después, Dios Mercado dirá. Pero, mientras, nosotros navegamos con el agua al cuello, resignados a poner el culo en pompa para complacer a los inversores, quizá haya sátrapas que aprovechen para hacer negocio, comprando nuestra deuda y subiéndonos el tipo de interés…

 

Perdón, ¿he dicho quizá? Hay que ver lo que me gusta un circunloquio: ¡por supuesto que hay quien está haciendo negocio! Empezando por nuestros euro-hermanos mayores, Alemania y Francia, y acabando nosédónde, en noséqué grises despachos de apabullantes rascacielos de importantes ciudades a la cabeza del orden mundial. He dicho.

 

Con lo cual, el próximo año, se avecina una nueva batería de recortes presupuestarios y medidas austeras que terminen de purgar los quistes deficitarios que nos impiden saldar la deuda. Y al otro, nuevos ajustes. Y al otro, nuevos reajustes. Y así, vamos a continuar ad infinitum. Porque, señora, entérese ya de que su pobreza, ¡es negocio! Cuanto más canutas las pase usted para llegar a fin de mes, más grandes, hondas y relucientes serán las piscinas privadas de unos pocos, y más boatos sus cagaderos.

 

–¡Estás de un apocalíptico insoportable! Te preferíamos mema y ególatra, cuando nos hablabas de tus neurotípicas chuminadas cotidianas.
–Ah, ¿sí? Pues te jodes, que voy a escribir lo que me salga de la pepitilla.

 

Este es el adorable panorama con el que, sin comerlo ni beberlo, ni votarlo, nuestras y nuestros quinceañeros tienen y tendrán que lidiar. Quizá les veáis muy ensimismados en las pantallas de sus smartphones, y por el momento den algo de asquito, con su insaciable sed por las redes sociales, sus ganas de exponerse haciendo morritos y su adoración por cualquier nueva pop star, tan efímera y detestable como sus granos.

 

Pero, joder, todas hemos tenido 15. ¿Acaso tú no eras pava? Yo mucho, y me ha durado prácticamente hasta ahora. Creyéndome el ombligo del mundo, y que lo mío nada tenía que ver con lo tuyo. Concienciada de que mis periplos y mis frustraciones eran únicos e intransferibles, sin ningún nexo en común con los periplos y frustraciones de mis semejantes. Atrapada en la gran trampa del individualismo, esa en la que con tanta negligencia hemos caído la gran mayoría, y por la que nos hemos dejado mimar con abulia. Y ese, es el gran logro de los que ostentan el poder: nuestras reivindicaciones y quejas particulares llegan como poco más que murmullos al vasto escenario de la opinión pública, donde sus voces resuenan a todas horas, ampliadas y reverberadas a través de los medios de comunicación.

 

Ni siquiera tienen que justificar sus decisiones, pedirnos permiso o pedirnos perdón. Vistos desde lo alto de sus palcos y de sus rascacielos, no somos más que hormiguitas despendoladas tratando de sobrevivir en una charca. Y luego nos quejamos por unos cuantos containers quemados… ¡Já! La ciudad entera debería estar ardiendo en llamas si fuéramos conscientes de lo que estamos permitiendo: que el precio de nuestras vidas y de los sueños de nuestros jóvenes no valgan una mierda, solo porque no cotizan en bolsa.

 

Nenas, no es que os quiera comer el coco para que nos organicemos para la lucha armada, que con la Reforma del Código Penal, solo por insinuarlo ya me aplicarían la Ley Antiterrorista. Y yo, de terrorista, poco. Como mucho, terrorista estética, por los pelos que llevo a veces. Pero lo que está claro es que si queremos peces, tendremos que mojarnos el culo. Y los queremos. No dejemos que solo unos cuantos luchen nuestras batallas: la responsabilidad es de todos.