La hipótesis de la simulación de Nick Bostrom insinúa que todos somos simulaciones de ancestros de una civilización más avanzada que ha crackeado el algoritmo orgánico y crea representaciones tan perfectas que son indistinguibles del original (se están haciendo experimentos cuánticos para comprobar su veracidad). Cabe señalar, respecto a la originalidad, que esta hipótesis la pensó Bostrom después de Star Trek, Desafío total y Matrix, películas en las que ya aparecía esta tecnología ficticia. El pacato filósofo Preston Greene dice que sería mejor no averiguar si vivimos en una simulación o no, porque, en caso afirmativo, tal conocimiento podría dar fin a la simulación. Así que allá cada uno con su pastillita.

Al ser humano le fascinan las simulaciones y las representaciones, y, en cada época, necesitamos novelas (historias) que se adecuen a la sensibilidad del momento. En contra de lo que se dice, las novelas no solo son inútiles, sino que son esenciales. Conforman los miedos, las esperanzas y los deseos del ser humano: nuestras aspiraciones se cifran entre los argumentos de Narcos y Disney, de Bergman y Pasión de gavilanes, y lo que queremos o tememos de la vida depende de lo que nos cuentan o vemos. Algunas historias querríamos encarnarlas, son ejemplos. Otras nos sirven para resolver dilemas morales, o ponerlos a prueba. Otras nos permiten sentir la angustia y la desolación desde el confort del sofá. Son campos de pruebas de la consciencia.

En el mundo que se avecina ninguno será especial, ni seguirá los dictados de su corazón, ni existirá ese ámbito por excelencia del individuo que llamamos privado.

Las novelas de caballerías fueron lectura verosímil y acorde a la sensibilidad de sus lectores. Luego, se volvieron ridículas y formales. Fue entonces cuando Cervantes escribió la parodia de Don Quijote. Una época más racional y descreída exigía una nueva forma de novelar, en la que, entre otras cosas, la novela aparecía dentro de la novela y solo un loco podía pensar que era caballero.

Ahora algunos aconsejan a las empresas tecnológicas que contraten a escritores de ciencia ficción para que cavilen sobre los potenciales aspectos negativos de sus inventos. La idea es que Mark Zuckerberg tenga un Philip K. Dick a sueldo que imagine derivaciones perturbadas de sus ideas. Un buen amigo que le diga que compartir no siempre es bueno (hablen con los talibanes y los suicidas). Se trata de que Jeff Bezos (recordemos que empezó vendiendo libros) tenga una Margaret Atwood que le cuente después de una resaca a dónde lleva exactamente eso del aprendizaje automático. Necesitan a gente menos optimista, utopista negativa, dispuesta a fijarse en el lado malo de las cosas.

Podría ser un principio para cumplir con la hipótesis de Bostrom. Será la próxima generación de novelistas tecnológicos que conformará y colmará los deseos y miedos de los futuros usuarios; pero, atención: en el mundo que se avecina ninguno será especial, ni seguirá los dictados de su corazón, ni existirá ese ámbito por excelencia del individuo que llamamos privado. Según la religión del algoritmo, todo esto son nuestras novelas de caballerías: el legado humanista-romántico que está de capa caída. Las derivaciones literarias nada tendrán que ver con los héroes de Un mundo feliz, sino más bien con los parámetros de la hipótesis de Bostrom: nuestra vida es una placa de silicio de una comedia humana futura o un capítulo biotecnológico de un Black Mirror hiperrealista, en el que una serie aparece dentro de la serie y solo un loco puede pensar que es libre.

Para acabar, y si se me permite un último coletazo de autonomía romántica, solicito que se me incluya en el elenco de personajes de una futura novela de Rubén Martín Giráldez, Álvaro Cortina Urdampilleta o el siempre alocado Kurt Vonnegut..)


Menos joven, Rubén Martín Giráldez, Jekyll&Jill.
Deshielo y ascensión, Álvaro Cortina Urdampilleta, Jekyll&Jill.
Kurt Vonnegut, mi nuevo cuñado, cualquiera de sus novelas.
Always Day One, Alex Kantrowitz, Penguin (donde aparece la propuesta de incorporar escritores de ciencia ficción a las empresas tecnológicas).