En 2011 se reconocía la existencia de una nueva modalidad de trastorno: el Trastorno Memetro. Como sucede con muchos desórdenes de la salud en tiempos turbios, no hace falta ser consciente de que se sufre un trastorno para padecerlo. De hecho, la OMS todavía no reconoce el Trastorno Memetro, aunque posiblemente todos lo hayamos sufrido en algún momento de nuestras vidas. Por ejemplo, cuando llueve en Barcelona y no tenemos una T-10 en el bolsillo pero tampoco ganas de mojarnos de camino a casa. Este trastorno está impulsado por el continuo encarecimiento del transporte público en Barcelona o de cualquier otra ciudad donde nuestros salarios sean inversamente desproporcionados a los precios de los servicios básicos para poder vivir en ella. Informan aquellos que fueron capaces de reconocer que el Memetro “es un tipo trastorno del funcionamiento de la memoria, durante el cual la persona afectada es incapaz de recordar que, según la normativa vigente de los transportes metropolitanos, ha de validar el título de transporte en la entrada de las instalaciones de tren o metro”. Y añaden que empieza como una situación transitoria (TMT) que suele derivar en congénita. Cuando se experimentan los enormes beneficios económicos de no pagar el metro, es imposible resistirse a ellos, aun y cuando el peligro acecha constantemente vestido de uniforme.
Aunque nunca usé su grupo de apoyo a los afectados a través de una aplicación online para detectar controles “espontáneos” –que Google eliminó de su tienda de aplicaciones, demostrando así su alianza con el lado oscuro del imperio digital–, durante años tuve una caja vacía de comprimidos Memetro en casa. Los que nos desplazamos en bici también tendemos a desarrollar una alergia permanente al metro y a los autobuses públicos. Aquella caja me la llevé de una exposición de la Sala d’Art Jove en la que participaba David Proto con Memetro. Para que luego digan que el arte está desconectado de la realidad social. O que los artistas –y muchas obras de arte– viajan en la nube Kinton sin poner los pies en el suelo.