Ha sido una muy feliz circunstancia enterarme a tiempo de Nuevas Escenas, un ciclo de piezas teatrales innovadoras que se celebraron hasta el 31 de mayo en la Pedrera. Evento que va por su séptima edición y mantiene precios populares (¡ay, podías haber visto a Roger Bernat por 8€ y nadie te lo dijo!).

Me centraré en la función, titulada Lo Mínimo, que estrenaron Cris Blanco, Guillem Mont de Palol y Jorge Dutor, representantes de las artes en vivo y de lo más interesante en el panorama nacional. Con gran pertinencia y recursos mínimos, los tres articularon lo absurdo y desquiciante que puede llegar a ser el trabajo creativo. O esto es lo que a mí se me quedó en la piel al salir del espectáculo y que me sigue acompañando mientras escribo estas líneas.

En un escenario raro, con una columna de Gaudí plantada en el medio, vimos a los tres intérpretes afanarse “haciendo cosas” todo el rato, a destajo. Sus cuerpos eléctricos, en chándales chillones, se movían dando saltos en una secuencia inacabable de performances, bailes, posiciones; con gestos mínimos que se interrumpen donde otros comienzan, tejiendo una acertada parodia con una omnipresente ironía. Su relato deja un retrogusto amargo porque en él reconoces una cierta insensatez, aquella precariedad entusiasta que es el compañero fiel de la gran mayoría de quienes nos ocupamos de trabajos creativos-intelectuales. Que no cunda el pánico: hay excepciones, ¡cómo no! Pero muchos, ya se sabe, malviven: seres humanos que se columpian entre un entusiasmo radical, desenfrenado, una pasión sin límite que se lleva con la frente bien alta, un brillo en los ojos… y una honda frustración que te hace considerar que ir al Raval a buscar droga dura es una opción plausible.

Otra grata circunstancia, azarosa o no tanto, ha sido leer recientemente el último libro de Remedios Zafra, flamante Premio Anagrama de Ensayo, titulado El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Un retrato verídico y demoledor de lo que os estoy comentando: “Quizá el pobre logre pulsión si dispone de tiempo, pero difícilmente la vigente cesión a un mundo tecnológico cada vez más burocratizado permitirá más que mínimos fragmentos de tiempo que, extrañamente, lograrán romper el hielo del alma”. Y esto porque todo el rato, a destajo, nos dedicamos a “hacer cosas” por el entusiasmo, ¡bendito y ciego entusiasmo!, que nos empuja hacia el próximo proyecto, texto, testículo, exposición, ovario. Y vuelta a empezar. La cita de la profesora Zafra se encuentra en la segunda página de su texto y os aseguro que el placer aumenta leyendo el resto. Su sobria prosa, nunca pedante, se eleva para proponer ideas (para pensar), sin perder el anclaje en lo cotidiano. Es ahí donde uno se reconoce y, si acaso encuentra un poco de tiempo libre, podrá hasta intentar re-pensarse. Y que los pobres se detengan a pensar asusta al poder, le asusta bastante. Porque es entonces, pensando y no haciendo, cuando se quiebra ese “mar congelado que llevamos dentro”.

P.D.: Y, si mis queridos editores me lo permiten, me gustaría reproducir otro breve fragmento, de la página 3, donde Zafra advierte al trabajador intelectual de que “su entusiasmo puede ser usado como argumento para legitimar su explotación, su pago con experiencia o su apagamiento crítico, conformándose con dedicarse gratis a algo que orbita alrededor de la vocación, invirtiendo en un futuro que se aleja del tiempo, o cobrando de otra manera (inmaterial), pongamos con experiencia, visibilidad, afecto, reconocimiento, seguidores y likes que alimenten mínimamente su vanidad o su malherida expectativa vital”.


Remedios Zafra, El Entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital, Barcelona, Editorial Anagrama, 2017