Sin duda uno de los problemas de trabajar en el Poblenou es la escasez de algún restaurante en el que poder comer entre semana un menú razonablemente digerible a un buen precio. Hablo de la zona en la que los estudios de programadores, diseñadores o productoras se amontonan en lo que antes eran almacenes o antiguos talleres textiles, todo muy trendy, todo muy cool, pero incómodos de cojones. En verano se te fríen los huevos en la nevera y en invierno se te congelan, los huevos y el resto de “extremidades”.

Bien, pero aquí hablamos de menús, no de climatología, la zona sería la parte de este excepcional barrio que va desde la calle Badajoz hasta Marina, donde los pocos bares que quedaban, han acabado siendo “invadidos” por replicadores de Patatas Vrabas congeladas condimentadas con salsa “Vraba” del Alcampo (escrito así por qué de Bravas tienen poco). Los pocos que todavía resisten merecen que nuestro estimado alcalde les ponga una calle con su nombre.

El Mabel es buenrollismo en estado puro. Llegas y es como un oasis en medio de la jodida jornada de trabajo. Te encuentras un auténtico caos de gente como tu, con hambre y con ganas de comer. De repente te saludan con un “¿Qué tal Rey?” y ya empiezas a relajarte. Te piden que esperes cinco minutos y que en seguida tienen tu mesa lista. Mientras vas observando a la gente, te pides una caña sales a los taburetes de fuera, ojeas el menú, repasas los “grafitis” de las paredes, y, de repente tus ojos buscan las camisetas de los camareros y ves que hoy llevan una en la que han adaptado el logo de “Marshall Amplification” a “Mabel Amplification”, lo cual acentúa el buenrollismo.

Vuelves a ojear con más atención el menú y encuentras una serie de platos que te hacen empezar a dudar por cual decidirte. Siempre encuentras un menú estudiado. La última vez que estuve comí un falafel casero (os escribe alguien que sigue el ritual de comer falafel o shawarma mínimo una vez al mes, es lo que tiene currar en el Raval), con una crema de Tahima y una base de ensalada. Segundo plato una merluza a la plancha (relativamente fresca) y de postre un tiramisú casero con helado de vainilla, excelente. Todo aderezado con un tinto joven del 2011, creo que Penedés, más que aceptable, incluyendo café, 14,50 euros. Ciñéndote al menú estrictamente no pasas de los doce “ewoks”. Suma buenrollismo más terraza, más camisetas, más trato = comida cojonuda y recomendable @ carrer Marina, 114.

 

[mapsmarker marker=»114″]