Relato: Laura Benítez • Ilustración: Gabriel Ardèvol

¿Quieres ser mi novia?* 

Apurando los últimos restos del verano, ellas se encontraban en ese lugar remoto, empapadas y jadeantes. Un espacio que contemplaron mucho pero que conocían bien poco, y que de algún modo se revelaba irreal, aunque allí estuviesen, recién salidas del agua.  

Como un niño que corre en busca del balón después de un disparo poco meditado, así se imaginaba una los próximos segundos. Sin rumbo, inconsciente y corriendo, huyendo de las palabras que intuía que iba a soltar desde su minúsculo pico, que durante semanas se pelearon por salir.

– Tu romantica inconsciencia me espanta. – dijo.

– Tu pedantería me agobia, y la romántica eres tú – respondió la otra, mientras fuera del agua la brisa que anunciaba el otoño les rascaba la piel. 

Se disponían a iniciar una tradicional conversación, esa que pone en común los sentimientos y las expectativas de dos semejantes que estudian sus semejanzas, contratos que desde el primer roce sintieron sin ser consecuentes, y como seres contradictorios, evidenciaron y retrataron ese ritual que a menudo exige decisiones significativas.

– ¿Qué es exactamente lo que somos? – Preguntó la romántica.

– Especulemos. Después de tus innecesarios statements contra el amor romántico no esperaba ahora esto. Aunque le he dado vueltas al asunto, también te lo digo.

– A ver, di.

 Ella no abrió la boca, sinó el bloc de notas de su móvil y se esmeraba en expresar sus demandas. La otra la miró con curiosidad, confundida y a la expectativa. Al fin, señalando la pantalla de su móvil, empezó: 

– Des del primer dia que me como el tarro. Verás, estoy en un momento de mi vida en el que no me voy a atar así como así. Quiero exprimir la libertad que me queda, y no invertiré tiempo en una relación si no vislumbro con seguridad la posibilidad de un para siempre. Pensé que todo esto ya lo intuías, pero acato que no. He estado elaborado, meditadamente, mis demandas, condiciones y requerimientos para emprender un proyecto común como este de manera segura. Confío en que llevarán a un mejor entendimiento y a largo plazo, si resulta, a una mejor relación. 

– ¡Madre del amor hermoso! No lo alargues tanto, anda. Parece que sabes de lo que hablas.

– Exclusividad afectiva. Fines de semana, movilización rotativa; y tienes que acompañarme al pueblo un mínimo de cuatro veces al año. Nos veremos todos los findes.

– ¿Todos los findes? Dame tiempo a echarte de menos, ¿no? Jajaja.

– Mis padres se han visto cada día desde que se conocieron y mira que enamorados siguen, creo que eso es necesario. ¡Imagínate si estuviesen dos semanas sin verse! Si sientes por mi lo que dices sentir, me echarás de menos. Ah, y quiero salir en tu foto de perfil de instagram. No quiero espiarte el móvil pero sigo sin entender que lleves contraseña; eso me provoca malestar.

– No, porfavor. ¿Has redactado esto cláusula a cláusula? Esto parece un contrato. No quiero que conviertas nuestra relación en un bussines. Quiero que te dejes llevar, que sientas el viento, que escuches como palpita mi corazón sin tener que poner nombre a todo, quiero que seamos libres, y quiero ver a mis amigos de vez en cuando.

– Eso me lleva al siguiente punto. Quiero inclusión completa en tu círculo de amistades; si tengo que invertir mi tiempo en estas personas quiero sentirme como una más. Ah, y te pido que adoptes una dieta sin glúten cuando estemos juntas; ¿sabes lo sola que me siento cuando veo una pastelería?.

– No estoy segura de entenderlo. ¿Estás enamorada de mí pero no quieres estar conmigo?

– ¿Qué te lleva a pensar eso? ¿Habria dedicado tanto tiempo a reflexionar sobre todo esto, de no querer estar contigo? Una relación no es un negocio, al menos no siempre. Pero si una inversión. De tiempo.

– ¿Habrías dedicado tanto tiempo a rallarte por todo lo que puede salir mal, si fueses realmente feliz conmigo?

– Hace ya tiempo que dejé de creer en los espejismos de lo romántico. Esque yo sí estoy enamorada de tí. Y me asusta perder el control y hacer cosas sin sentido. No quiero gastar mi tiempo en eso. Perder el la cordura por amor no demuestra que nos queramos más.  No me malinterpretes, no estoy pensando en una vida juntas; somos demasiado jóvenes y novatas para el matrimonio, pero también lo suficientemente viejas como para sentirnos solas.

– ¿Qué insinuas? Yo no me siento sola.

– Y lo suficientemente jóvenes como para poder exigirnos aspirar a algo mejor.

Se hizo el silencio, hasta que la otra replicó: 

– A ratos eres un poco pedante. Me alarmas; has estado guardándote todo esto para dejármelo caer ahora, todo de golpe; no es que esté en desacuerdo con lo que propones; aunque no lo tengo claro. Es esta ansia de control, de tenerlo todo bien atado, lo que me desconcierta. Tienes demasiado miedo al dolor. Arriésgate, si sale bien disfrútalo, y si sale mal… utilizalo de herramienta para crear. ¡Haz limonada!

– Te rehusas a conectar con mi malestar. Eres idealista e impulsiva, haces lo que el cuerpo te pide cuando quieres y no te planteas el desastre que puedes dejar a tu paso. Responsabilízate de tus cosas ya, por favor.

– ¡No me pintes asi! ¿Y tú qué? No te permites disfrutar de la vida, cuando estas bien te pones mal pensando en cuando llegará el fin de tu felicidad. No dejas que las cosas tomen su curso, y al final nunca haces nada. Y tus padres se odian, ¡es obvio joder!

– Y ahora entiendo por qué los tuyos se divorciaron.

Se arrepintió de haber dicho aquello al instante, mientras la otra se levantaba para irse.

– Ya veo lo enamorada que estás de mi. Pues igual no nos queremos tanto después de todo. Lo ves todo tan claro que yo ya no. Me voy para la estación, cogeré el tren de las siete. 

– Demasiado tarde, mis padres vienen a cenar, insistirán en que te quedes a dormir… 

– Arrástrate.

– Quédate una noche más, por favor.