Relato: Mauricio Antonio Ramos • Ilustración: Lucía Gascón

Valor, voluntad y determinación

Por mucho que su mirada recorriese el entorno, no había atisbo alguno de algo que le resultara familiar. Todo intento de hacer memoria se había convertido en un esfuerzo titánico donde luchaba contra una mente espesa, oscura y sobretodo frágil.

Pudo identificar aquella estancia como una habitación cuadrada cuyas paredes perfectamente lisas relucían pintadas de blanco, otorgando una sensación de higiene absoluta. Rota sin embargo por la presencia de una puerta, negra como el azabache, que mostraba signos de edad avanzada.

La duda se disipó después de unos instantes, permitiendo a la muchacha tomar la decisión de avanzar en busca de una respuesta, una salida. Mas la sorpresa invadió su ser al notar como su cuerpo se negaba a mover un músculo en aquella dirección. Sin saber muy bien por qué, todo su ser se sintió pesado como el plomo y una ligera sensación de miedo y asfixia recorrió su columna vertebral, haciendo que el frío corte del horror embriagara su mente, alertando a su vez todos sus sentidos. 

Aquello carecía de lógica alguna y pese a las órdenes que su subconsciente le enviaba, tomó una gran bocanada de aire dispuesta a caminar hacia la curiosa puerta, dando pasos entorpecidos entre la angustia y la sensación de pesadez que la embriagaba. 

Pero, y por si el torrente de emociones que la muchacha estaba sintiendo no era suficiente, a la frustración le dio por aparecer y sonreír amargamente, acercando sus garras afiladas al desnudo cuello en cuanto alzó la mano hacia el pomo de la puerta, mostrándole algo de lo que no se había percatado hasta el momento: Sus ojos observaron llenos de desaprobación como su nívea piel se veía impregnada de manchas oscuras de tinta que se extendían desde la yema de sus dedos hacia la palma. 

Fue entonces cuando la comprensión llegó a su cabeza: la puerta no era real. No había otra realidad más allá de aquél extraño cubículo y lo que creó su confusión fue el producto de algún otro ser que, jugando con la perspectiva de una mente debilitada, había pintado con maestría una falsa esperanza en forma de puerta. 

La comprensión dio paso a la rabia que poco a poco se deslizaba por su ser cuando además, pudo observar como dichas manchas se expandían rápidamente, derramándose por sus dedos como si de sangre se tratara.

La rabia se fue convirtiendo, a medida que aquél oscuro y espeso líquido cubría partes de su menudo cuerpo, en un horror y pavor que pugnaban por salir descontrolados, tomando forma en gritos de pánico.

Demasiado tarde se percató del hecho de que no podía hablar, gritar o emitir siquiera algún tipo de ruido. La tinta había llegado a su garganta, cerrándola con una fuerza que iba más allá de su comprensión y que de alguna forma aumentaba la sensación de inquietud y asfixia. 

Debido a esto un grito se ahogó en su garganta al notar como aquella maldición ya no sólo se limitaba a cubrir la superficie de su cuerpo, sino que además se introducía por cada poro de su piel, arremetiendo contra todo lo que encontrara en su interior hasta anular inclusive su vista, terminando por completo con todo lo que la definía como persona. 

El silencio de su propia mente vino de mano con la ausencia del dolor y una sensación de tranquilidad absoluta ¿Ya había acabado todo? El negro predominaba ahora por encima de todo, un negro tan oscuro que sólo podía significar el vacío, la ausencia de cualquier sentido, y no fue hasta que la idea de hacer algo llegó a ella que se percató de que ya no había mente ni cuerpo que mover. 

— ¿Ya te has rendido? 

Una voz familiar pero a su vez desconocida resonó en aquél vacío, una voz que durante segundos que parecieron horas trató de descifrar sin mucho éxito, pero que despertó en su inexistencia el deseo de saber más y obtener más de donde aquello procedía. 

— ¿Has olvidado nuestra promesa? 

Cuanto más escuchaba aquella voz más creía reconocerla. Y no fue hasta que el dolor pasado volvió a ser presente que entendió de dónde venía: Aquella no era otra que su propia voz, sus propios recuerdos y su propia fuerza de voluntad.

— No. 

Como si de un submarinista se tratase, la muchacha abrió los ojos y la boca con energía, aspirando todo el aire que podía mientras la tinta abandonaba poco a poco su cuerpo, llevándose consigo el dolor y la tristeza que la caracterizaba a la vez que devolvía a su mente los recuerdos que había borrado en el proceso; recuerdos que la ayudaban a mantener la entereza que la definía en aquél espacio que era, a fin de cuentas, su vida. 

Lentamente ésta volvió hacia aquél rincón de la pared en la que su portadora permitió que creciera hasta llegar al peligroso engaño de una puerta de salida fácil, un camino que la llevaría a un vacío en el que ya no podría sufrir, pero tampoco disfrutar. 

En silencio la tinta acabó reduciéndose a un pequeño círculo negro con el que una vez más aceptaba que debía convivir durante toda su vida, una negrura que estaría siempre a su lado, pero que sólo ella podía y debía mantener a raya.

— Valor, voluntad y determinación.  

Repitió aquél sencillo mantra antes de volver a sentarse en medio de la blanca habitación, notando ahora sin embargo, una tranquilidad mucho mayor que ninguna anterior.