Relato: Jonathan Ros • Ilustración: Omar Niño

Verano de hormigas

Un lugar, en el cora1  de Chester. Lo veo, como una papa con esa forma, o una manzana. Un repliegue. 

Lo hablo con Ale que me cuenta, me habla de eso. Mariana esta ahí, me lo vuelve a decir.

Veo el movimiento; no lo entiendo del todo. Pienso en acercarme. En acercarme y abrazarlo y preguntarle, ‘¿cómo estás hermano?’. Lo vi dormir más de una vez aunque puede que hace poco haya empezado a mirarlo diferente. A veces su respiración pesada en medio de ojos cerrados me hicieron extrañarlo. Los movimientos torpes dormidos quitan todo del medio, los miedos afuera. Hola cabezón.

Un pasillo, Chester barriendo golpeando los zócalos; él que no barre casi nunca. Hay muchas otras cosas que hace cada tanto. Por una u otra razón, lo agradezco. Disfruto de su intermitencia. Y ahí en la sorpresa, ganamos; en permitir que sea. A la noche tarde, a la mañana temprano, hablamos del hueco, del lugar en el cora. Él frunce el ceño como hace a veces cuando esta incómodo. Camina, niega la mirada, a veces casi sonríe: cambia de tema. Se defiende. Como puede. Ese amor que en la diferencia se vuelve un ejercicio que nos quita el equilibrio dando lugar a algo más. Ahí, el encuentro, y en ese caso, ese día, también la despedida. Lo cuántico en la afirmación y la pregunta, dándose todo a la vez. Vos me abrazaste primero y sin aviso, yo correspondí entregado.

Una llegada a un lugar en conflicto y no saber cómo llegue ahí. Hablo con Sol y ella no se sorprende de nada de lo que le digo, de lo que cuento. No es la primera vez que pasa esto, lo que para mi mueve tanto y para ella nada. Y al revés lo mismo: el agua, ya fuera del vaso, que elegimos ver. Salgo a dar vueltas y llego a un bar de donde nadie parece irse, como un limbo. Pido un sándwich, me presentan personas que no conozco. Hay un ruido constante de voces una encima de la otra, encima del ruido de la ciudad, encima una de la otra: nadie parece irse. Miro con atención el lugar, lo recorto con la mirada, le saco fotos mentales que guardo en un cajón sin etiquetar. Algo huele mal.

Finalmente me lo preparan y salgo y camino por pasillos de un edificio de una institución sin nombre. Hay algo en la cadencia del lugar que me recuerda a Marrakech. Todo lo extraño, lo ajeno.  Y salgo, al fin salgo. Y camino entre rocas y la orilla del mar que se viene, el viento y la sal en el aire, y el salir a una planicie de cemento. La gente está en la calle y es de noche; la gente está en la calle y camina sin caminos. Un deambular en alguna dirección propia, independiente quizás. Hay fuego, hay reunión, algo va a pasar. No sé qué, pero algo está por pasar. Se siente y eso lo sabemos todes (aunque nadie lo diga); nos miramos y lo sabemos. 

Sigo caminando y lo veo a Alex, o hablo con él, o lo pienso. Teníamos un acuerdo y yo contaba con su presencia; primero, quería hablar con él. Y espero, quieto, pensando. Hay una reunión en el fondo del lugar, como en un patio trasero adonde no voy. Todo empieza a mezclarse, me quiero ir, me voy. Ya no estoy cómodo y me alejo aturdido.

Todavía no sé cómo llegué a ese bus y a esa ventanilla por la que veo todo pasar. Me hago preguntas, y otras no: prefiero habitar, con y sin miedo, todo eso que me rodea, toda esa novedad donde conviven el dolor, el amor y la violencia. Y con reparo elijo qué lugares serán sin que sea demasiado tarde. El tiempo de mi lado, el viento a favor. 

Llegar a un lugar como la casa de Escalada con un patio gigante. Hay un columpio de circo, y mucho espacio que antes no había, un lugar en obra, amigos de la infancia y yo en la infancia ahí, y Mariana en su habitación. Hay una foto que no olvido, y que no quiero olvidar, por eso la nombro, la miro una y otra vez, y te la comparto. Porque hay otras que son de ahí también y nada tienen que ver con aquella. Que cure lo que tenga que curar, le vamos a dar aire para. Roberto en los pasillos a veces. Y Marta también; juntos y separados, ellos, como en esas casas de verano, en la suya2

Camino con Ale y Tom, me veo por una ventana haciendo algo. Me veo, por la ventana, haciendo algo. Ruido.

Sigo caminando con ellos y les pregunto si ese soy yo, y me dicen que si, que están ahí para decirnos algo. Me quedo mirando(me) un rato. Sigo caminando sin entender. Hay mucho movimiento alrededor.

-Ya pasamos por acá- me dice Tom quizás fastidioso con una seguridad que me hace dudar. El lugar me era conocido a pesar de la diferencia. 

-Ya lo sé- respondí mintiéndole en la cara sin mirarlo a los ojos. 

Fue llegar a un lugar nuevo donde tenía que estar. Allá, los pisos se mueven, los escenarios cambian, las paredes se desvanecen y se vuelven a levantar. Menudo teatro. Lo discontinuo que se arma y desarma más allá de uno, lo inabarcable. Y la tos en el medio, la tos de alguien más que no llegamos a ver. No entiendo de donde viene pero es fuerte; ‘algo no está bien’, me dice otra vez. El espacio cambia. Hay vacíos, negros, pausas. Se ven como pedazos de, recortes, la oscuridad hace lo suyo. Lo que venía dándose, ya no es.

Un recorrido del torso, circular, de a pedazos. Lo que no puede nombrarse: eso. Y se lo rodea en palabras como se lo rodea con números. Hasta que se tira palabra y sentencia. Estático como palabra y definición: silencio. La dificultad para delimitar eso que es imagen y viceversa. Una imagen, una palabra, una forma, que no alcanza a llegar a decir todo lo que quiero decirte. Aunque tanto otro no quede dicho. Ambos y ninguno. ¿En dónde es el encuentro?

Todo parece plegarse, como el cora de Chester, todo parece estar ahí. En un tiempo apretado, en un movimiento ajeno, en uno. No estoy seguro de lo que pasa, no estoy seguro de nada. Queda preguntarse y seguir. Un cuarto de helado en la mano, me siento, y paro.

  1. corazón.
  2. modismo que se refiere a actos de índole individual, que no repara en otres.