Relato: Mires I • Ilustración: Coralí Espuña

Arde la calle y queda en silencio

Barcelona había amanecido con una amenaza. Dafne y Adrián decidieron encontrarse para ir caminando hasta el trabajo. Había convocada una huelga que prometía ser muy secundada, venía precedida de una noche de disturbios. Era una caminata de casi una hora, así que ir juntos les pareció una buena idea.

Me contó Dafne que todo parecía detenido y que extrañamente no se dijeron nada, la calle estaba desierta y solo se escuchaban sirenas. Atravesaron los restos de las barricadas, las patrullas de limpieza iban despejando las calles, los contenedores estaban completamente derretidos y olía a quemado. Miraban los destrozos como si el mundo se acabara y quizás pensaron que empezarían uno nuevo.

Aquél decorado parecía que transportaba a Adrián a su infancia, a los juegos de figuritas de soldados, estaba entusiasmado, se llevó al bolsillo un pedazo de adoquín, pero a Dafne le daba miedo el caos.

Dafne terminaba su precario contrato ese mismo día. Había decidido no secundar la huelga porque albergaba la ilusión que la renovaran y además le fastidiaba perder un día de su mísero sueldo. Dafne había encontrado otro trabajo, de copy en una agencia, por lo menos escribiría, pero estaba peor pagado.

En la oficina, nuestras cabezas coronadas con los cascos de atención al cliente estaban pegadas a las pantallas, seguíamos consternados la evolución de la huelga. Nos dimos cuenta que entraban cuando el malhumorado les reprochó que llegaban muy tarde.

–No te preocupes, Genís, no están entrando llamadas – de toda la oficina yo era la única que sabía hablarle.

Me detuve a mirarlos, Dafne era delgada y tenía un andar vaporoso aunque calzara botas de militar. Se sentaba a mi lado, cada mañana me enseñaba la ropa que llevaba, se miraba con coquetería.

El cuerpo de Adrián era todo lo contrario a liviano. Comía vorazmente pero solo le servía para tensar sus músculos, tersos y duros. No miraba su cuerpo como hacía su compañera, el que miraba era el de ella. Tampoco la ropa parecía que le importara, la llevaba como si le molestara. Adrián tenía apego a una falda escocesa que se compró en el Erasmus, le parecía un agravio que las chicas pudieran llevar falda y que prohibieran a los chicos ir en pantalón corto, así que venía a la oficina con el kilt.

Adrián era el hijo de Genís, el CEO. Era el único que no se había dado cuenta de nada. Adrián sería tan atractivo como su padre. Genís tenía una sonrisa demasiado perfecta, solo yo, que le conocía bien, sabía que se le había oscurecido el alma. Adrián y Genís se parecían demasiado, por eso no se hablaban.

Adrián se sentaba delante de Dafne, cuando la miraba sonreía, Dafne era ocurrente y divertida. Cuando se juntaban aquellos treintañeros dividían su edad por la mitad. No paraban de comentar cosas, el final de una serie o si se sabían la sintonía en japonés de Bola de Drac. Pero aquel viernes no hablaban.

Aquel silencio generó mucha expectación, había apuestas sobre si su relación ya se había consumado o si todavía no. El problema era que Adrián tenía la mejor novia del mundo, una profe de instituto comprometida con la acogida de refugiados, siempre nos había hecho saber la suerte que tenía de estar a su lado, aunque a decir verdad, hacía tiempo que no hablaba de ella.

El día, como la noche de barricadas que le precedía, fue extraño.

A media mañana, después de atender a unos congéneres muy enfadados, fui al rincón del café, me asusté al encontrarlos a oscuras en el zulo. Dafne estaba sentada con las piernas estiradas, en una postura un tanto lánguida. Él estaba rígidamente sentado.

En los boxes al cabo de un rato me fijé que Dafne estaba mirando por youtube el video de Rosalía en los Goya, casi no teníamos llamadas. Al cabo de una hora me di cuenta que el vídeo lo miraba en loop.

Adrián escuchaba música metal en los cascos y seguía el ritmo con los pies.

Después vi a Dafne por el pasillo, andaba saltarina delante de mí, cuando entré en el baño ella se estaba mirando al espejo, me miró y se me abalanzó dándome un abrazo que duró rato. Yo lo atribuí a que era su último día, pero ella me dio a entender que no. Pensé que estaba detenida justo en ese momento antes de dar un beso.

Al cabo de un rato vi a Dafne escribir fervorosamente al ordenador, podía haber pensado que tenía una entrega entre manos, al fin y al cabo publicaba en fanzines, pero oí que le decía a Adrián que le propondría algo. Solo alcancé a leer el título del documento :“El pacto”. Yo intenté leer algo para prevenirla si hacía una tontería. Dafne escribía cómo si tocara una sinfonía.

Entonces me llamó Genís a su despacho y ya no pude atender al texto. Hacía tiempo que no me reclamaba, desde que Adrián estaba por la oficina andaba más cauto. Genís me dijo que aquella noche se había preocupado por mí con los alborotos de la calle. Me preguntó cómo había pasado la noche. Le contesté que había hogueras debajo de casa. Me dijo que estuvo a punto de venir. También dijo que en noches así te das cuenta de lo importante. Dijo que tuvo miedo por mí. Le contesté que el miedo lo tenía por él.

–Es demasiado tarde, Genís.

Me miró como si hubiera acertado en algo.

–No debiste creerme– parecía afectado.

Y supe que yo también había fracasado.

–Habla con tu hijo. A Adrián igual le salvamos.

Cuando salí del despacho, Dafne estaba recogiendo sus cosas en una caja de zapatos. Adrián acabó de leer el documento y la miró con los mismos ojos con los que su padre me decía que la dejaría.

Entonces Genís llamó a su hijo al despacho y este acudió cabizbajo.

Dafne se fue con la misma ligereza que había llegado.

Cuando salieron del despacho Adrián nos comunicó que lo había ascendido.

En la calle ya se escuchaban los helicópteros y los primeros alborotos.

Adrián se sentó en su box y miró el lugar vacío de Dafne. Entonces se sacó una piedra del bolsillo de su chaqueta y la colocó junto a su ordenador.